En el camino a París, la marquesa
de Boulainvilliers conoció a una niña mendiga cuya trágica historia enterneció
su noble corazón.
Jeanne de Saint-Remy era hija de
un descendiente de la Casa Valois, dinastía que había gobernado Francia hasta
la llegada de los Borbones. Su padre había muerto hacia poco, situación que
obligó a su madre a prostituirse y a ella y a sus hermanos a pedir limosna.
Sobrecogida, la marquesa de
Boulainvilliers se apiadó de Jeanne y la colocó en un pensionado para que se hiciese
monja.
En un cuento, la princesa
huérfana suele ser cándida y bondadosa. En la Francia de la ampulosa Corte de
Versalles, la hermosa Jeanne de Valois se mostró taimada, fascinante y
ambiciosa. Según Stefan Zweig fue la artífice de “la estafa más descarada de la
historia”.
A los veintidós años Jeanne de
Saint-Remy abandonó su vocación religiosa y se casó con Nicolas La Motte. La
Motte era un oficial del ejército un poco menos pobre que Jeanne, pero igual de
inteligente y encantador. Ambos adoptaron el lejano apellido de Valois y se
agenciaron el título de Condes.
Con estas brillantes
credenciales, los Condes de Valois La Motte se dedicaron a sacar los cuartos a
todo con el que se topaban para mantener el lujoso estilo de vida que
correspondía a sus orígenes. Entre todos los que se rindieron a sus encantos (y
peticiones), estaba el Cardenal del Rohan.
Rohan era el prelado de la
próspera diócesis de Estrasburgo y Gran Limosnero de Francia, es decir,
controlaba todos los donativos y obras de caridad de Luis XVI, lo que le hacía
más rico aún. Sin embargo, no contaba con una posición en la Corte. La reina
María Antonieta le detestaba, le consideraba trivial y aburrido, y le
mantuvo alejado del núcleo duro Versalles. La máxima aspiración del Cardenal
era convertirse en Primer Ministro de Francia y por ello necesitaba
reconciliarse con la reina.
Tras convertirse en su amante, la
bella Jeanne de Valois consiguió que el cardenal pagará todas las deudas que
ella y su esposo tenían, también algún dinero más, suficiente para
contraer otras nuevas. Rohan le confesó sus aspiraciones políticas. Jeanne,
para mantener el grifo abierto, fingió ser íntima de María Antonieta, hasta el
punto de sugerir una relación lésbica que encandiló al lúbrico cardenal. Valois, que ni conocía la Reina ni había pisado el palacio de Versalles, se
comprometió a ser la mediadora entre la soberana y Rohan.
Tras un primer pago de sesenta
mil libras, Jeanne advirtió al cardenal que en la próxima recepción en
Versalles, la Reina le haría un gesto secreto. Como el ingenuo Rohan tomó la
fría cortesía de la Reina como el inicio de la reconciliación, Valois decidió subir la apuesta.
Sucedía que a la muerte del
suegro de María Antonieta, Luis XV, el joyero Charles Boehmer se quedó con un
carísimo collar de diamantes que el monarca iba a regalar a su amante Madame du
Barry. Valois sabía que el joyero no había podido vender la pieza en ninguna
corte europea (incluida la española), y decidió engañar a Rohan para hacerse
con la valiosísima joya (dos millones de libras de entonces, 80 millones de euros
en la actualidad).
Jeanne contó al cardenal que la
Reina estaba interesada en la joya, pero para no ofender a su esposo Luis XVI
(Francia estaba al borde de la bancarrota) necesitaba un intermediario para
poder comprarla. Al actuar como su testaferro, Rohan conseguiría al fin el
favor de la Reina.
Al cardenal del Rohan el asunto
del collar no le convencía. El precio del collar era desorbitado para avalarlo.
Jeanne consiguió una rebaja de cuatrocientas mil libras, pero el cardenal no se
decidía. La Valois no se amedrentó. Con su propia letra escribió una supuesta
carta de María Antonieta al Cardenal suplicándole que intercediese. Además
convenció al místico Cagliostro para que alentase a Rohan. El estrafalario
médico profetizó un gran futuro político para Rohan si avalaba la compra del
collar.
A principios de 1785, el cardenal
Rohan compró el collar al joyero Boahmer en nombre de María Antonieta de
Francia. Después, en presencia de la Condesa Valois La Motte entregó la joya a
un supuesto lacayo de la soberana. Nadie volvería a ver el exquisito collar
entero. Jeanne envió a su esposo Nicolás a Londres, donde discretamente vendió
los diamantes que formaban el collar.
Los meses pasaban y tanto Boahmer
como Rohan tenían un problema. El joyero no recibía el primer pago de
cuatrocientas mil libras por el collar. Valois viendo que su pequeña farsa se
tambaleaba, pidió a Rohan que negociase una rebaja en nombre de la Reina para
así ganar algo más de tiempo. El joyero entregó a un desconcertada María
Antonieta una nota en la que aceptaba “humildemente su petición”.
La situación con Rohan era más
delicada. Políticamente no había avanzado, todavía no era Primer Ministro.
Valois le entregó cartas “escritas” por la Reina para pedirle paciencia, pero el
cardenal exigía una entrevista cara a cara con María Antonieta.
Con el mayor descaro del mundo, Valois
contrató a una prostituta del Palais Royal de París para hacerse pasar por la
soberana. Creyendo que formaba parte de una simple broma, la mujer fue
instruida para comportarse como una dama y vestida para la ocasión. El cardenal
del Rohan se vio con la falsa reina en la nocturnidad de los jardines de
Versalles, donde los escarceos amorosos eran habituales. Tras salir de los
setos en una nube, el cardenal se veía como Primer Ministro y Valois aprovechó para sacarle cincuenta
mil libras más haciéndole creer que era para obras de caridad de María
Antonieta.
El plan de Valois se basaba en
que el joyero no se atrevería a pedir el dinero a la reina. Así, sería el
cardenal quien pagase la deuda como avalista. Rohan, por su parte, apoquinaría
sin llamar la atención, por evitar el escándalo.
Por desgracia para la estafadora, los borbones no pasaban por su mejor momento y la corona ya no era tan respetada. El joyero Boahmer cansado de esperar envió la factura del primer pago a
Versalles. Fue llamado a palacio inmediatamente. Ante María Antonieta y de Luis
XVI, Boahmer explicó como el Cardenal del Rohan había comprado un collar de un
millón seiscientas mil libras en nombre la reina. María Antonieta entró en
cólera y pidió a su marido que castigase a Rohan por usurpar su nombre.
En los albores de la Revolución
Francesa, el asunto del collar significó el principio del fin de la monarquía
francesa.
Durante el juicio, Rohan mantuvo
que se reunió con María Antonieta en los jardines de Versalles. Enemiga
acérrima de la reina, la aristocracia francesa se volcó en proteger al cardenal,
quien se libró de una condena gracias a sus contactos. Por su parte, Valois no dejó de afirmar que la reina tenía el collar,
y consiguió, gracias a sus orígenes tan melodramáticos, la simpatía del pueblo
llano que consideraba a María Antonieta como el máximo icono de las desigualdades
del reino (durante una hambruna se le adjudicó la famosa frase “si el pueblo no
tiene pan que coma pasteles”). Jeanne de Valois fue condenada a ser azotada en
público y encarcelada, aunque alguien le ayudo a escapar de su celda tiempo más
tarde. Se reunió en Londres con su esposo, donde aparte de gastar el dinero de
la venta de los diamantes, se dedicó a escribir libelos contra la reina
tachándola de sádica, lesbiana, frívola y derrochadora.
La humillación de la reina fue
brutal. Para el genial escritor Stefan Zweig, que escribió su biografía, la
mala reputación de la reina ayudo a hacer verosímil la trama. El despilfarro
que se producía en Versalles no distaba mucho de las mentiras de Valois. En
1789 estalló la Revolución Francesa y cuatro años más tarde el Tribunal
Revolucionario acostó a Luis XVI y a María Antonieta bajo la hoja de la guillotina.
Con la revolución, muchos
monárquicos se refugiaron en Inglaterra. El 21 de Junio de 1791, algunos de ellos fueron a
casa de Jeanne de Valois y la tiraron por la ventana. Murió dos meses más
tarde.
El asunto del collar inspiró a
Alejandro Dumas en El collar de la Reina,
aunque en la novela el protagonista y artífice de la trama es el médico
Cagliostro. El director Charles Shyer retrata lo sucedido en El Misterio del Collar, con Hillary
Swank como Jeanne de Valois. Respecto a María Antonieta, el retrato más
benévolo (y brillante) se lo hizo Sofía Coppola en 2006, por desgracia el
retoño de Francis Ford, obvia el pasaje histórico, como muchos otros más
importantes.